“La primera vez que visité una granja intensiva de cerdos … me hice vegetariana”

Por YURI MILLARES

Su empatía con los animales orientó su vocación profesional. Lo que no se imaginaba (incluso era algo que, en principio, repudiaba) era que se convertiría en una veterinaria de campo, visitando explotaciones ganaderas donde los animales, pensaba, no eran bien tratados. Pero descubrió otra realidad en el campo majorero, en su isla. Y habiendo crecido en un pueblo donde, hasta no hace mucho las carreteras eran de tierra y había más cabras que gente, redescubrió Fuerteventura… Eso sí, con ayuda de un mapa.

“Me encontré conduciendo de madrugada bajo noches a reventar de estrellas, para echar un ‘cafesito’ antes de empezar la faena”

Conocimos a Inés en la apañada del llano del Sombrero, en Ajuy. Me llamó la atención su imagen de cuclillas, con la lata [asta o lanza del pastor majorero] y a la espera de que trajeran a las rubias, blancas, negras, moriscas, berrendas y qué se yo; todo bajo un sol que no calentaba mucho, pero hacía que el día estuviera luminoso. Después, entre el pastor Jesús y el comisionado Vicente, vimos a Inés, los tres con la lata, ya juntos una vez acabada la faena del apaño. El reportaje acabó con la gambuesa llena de cabras y la tarjeta de memoria de la cámara también llena, de imágenes y de muchas experiencias nuevas con focales largas y videos.

 

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–¿Qué episodio de tu vida te llevó a hacerte veterinaria? ¿O fue una casualidad?

–Desde pequeñita mi madre me cuenta que siempre decía que quería ser o veterinaria o pastora de cabras…

–O sea, que te gustaban las cabras más que un perro o un gato…

–Todo. Creo que pocas son las fotos que tengo de pequeña en las que no salga con algún bardinillo, un pollito, un baifo… Desde chiquitita sentía mucha empatía por los animales.

–Y creciste, te hiciste veterinaria y ¿te echaste al campo? ¿Cuáles fueron tus primeros pasos como profesional?

–Y crecí, y me hice veterinaria… La verdad es que durante la carrera nunca me planteé dedicarme a la clínica de campo. Tenía la idea de que era una faceta de la profesión fría y cruel, en la que los animales eran tratados como objetos inertes destinados meramente a producir beneficio económico, y cuyo bienestar o sufrimiento no importaba lo más mínimo. De hecho, la primera vez que fuimos a visitar una granja intensiva de cerdos me quedé tan espantada que me hice vegetariana. Yo no conocía ese tipo de ganadería. La que yo conocía era de cabras que vivían en corrales más bien grandes y que la mayoría de las veces se pastoreaban. Y unos cuantos cochinos en corrales cercanos…

“Estuve vinculada a Veterinarios Sin Fronteras, que me acercó al mundo de la etnoveterinaria”
–…

–Aun así, desde el principio me interesé también por asignaturas relacionadas con la producción y las prácticas de verano las hice en campo. Estuve vinculada a Veterinarios Sin Fronteras, que trabaja con varios proyectos en zonas rurales de África y América Latina, que me acercó al mundo de la etnoveterinaria. Durante los últimos años de la carrera organizamos algunas jornadas relacionadas con este tema, que dieron como resultado la creación de un grupo de veterinarios, ganaderos, botánicos, etc., que resaltábamos la importancia de valorar y proteger la sabiduría popular desde diferentes perspectivas. Organizamos encuentros en varias islas [del archipiélago canario] en los que celebrábamos charlas, talleres y debates sobre diferentes temas relacionados con el campo, la ganadería, la agricultura, la veterinaria, la preservación del territorio, la economía, la ecología… La verdad es que compartíamos ratos muy agradables y nos enriquecimos mucho a todos los niveles.

“Me faltaba mucho por conocer de mi querida isla y conocí una Fuerteventura que pensaba que de alguna manera se había extinguido”

“Cuando terminé la carrera volví a Fuerteventura. Al principio iba a empezar a trabajar en una clínica, pero por casualidad, comprando un queso me dijo la ganadera que se les iba el veterinario de su ADS [Agrupación de Defensa Sanitaria], con quien yo había hecho prácticas durante el verano unos años antes, y sobre la marcha lo llamé… Y así es como, poco tiempo después, me vi cambiando por completo los inicios de mi vida profesional y comprando un mapa grande de Fuerteventura para marcar las granjas, porque me di cuenta de que me faltaba mucho por conocer de mi querida isla. Y me llevé una gran sorpresa: conocí una Fuerteventura que no sabía que existía, que pensaba que de alguna manera se había extinguido…

–¿Cómo era esa Fuerteventura profunda y ganadera?

–Era y es preciosa, sus paisajes y su gente. Mucho más de lo que imaginaba. Me encontré sorprendiéndome de que siempre hubiera tiempo para parar lo que se estuviera haciendo, para tomar un café y hablar un ratito. Me di cuenta de que en la vida “fuera del campo”, casi todo el mundo siempre andaba corriendo y tenía cosas demasiado importantes que hacer como para pararse a mirar y a charlar. Me di cuenta de cuánto estaba contaminada yo también de esa prisa.

“Me encontré buscando granjas de noche y de día por unos caminos imposibles que no sabía si tendrían vuelta atrás…”

“La mayoría de las veces madrugaba mucho para llegar a las granjas antes de que empezara el ordeño. Me encontré conduciendo de madrugada bajo unas noches a reventar de estrellas, para echar un cafesito antes de empezar la faena. Me sorprendían unos amaneceres impresionantes cuando me asomaba, entre tanda y tanda de cabras, a buscar algo al coche, con el sonido de fondo de las cencerras y la ordeñadora. Me encontré buscando granjas de noche y de día por unos caminos imposibles que no sabía si tendrían vuelta atrás, y en los paisajes de la isla parecía que se había parado el tiempo hacía siglos. Pero sobre todo me encontré con unas personas que me abrieron las puertas de su mundo con naturalidad y cariño, y compartieron conmigo esa Fuerteventura profunda y auténtica que sigue viva en su día a día y en su forma de ser.

“…Pero sobre todo me encontré con unas personas que me abrieron las puertas de su mundo con naturalidad y cariño”

“Resulta curioso que, habiendo crecido rodeada de gente de aquí, en un pueblo donde no hace mucho las carreteras eran casi todas de tierra y había muchas más cabras que personas, redescubriera Fuerteventura con tanta sorpresa. Las cosas han cambiado y están cambiando tan rápidamente, que a veces parece que la idiosincracia y la historia de los lugares quedan sepultadas por el progreso. Lo que descubrí al regresar y al entrar en el campo majorero es que no es así, que el alma y la historia de Fuerteventura siguen muy vivas en su gente, sólo hay que profundizar un poco, querer mirar, escuchar, entender.

–¿Y cómo recibía a alguien que era mujer y veterinaria?

–Cuando yo empecé a trabajar como veterinaria de campo, ya habían pasado muchas veterinarias y veterinarios por las granjas. Por norma general, no he percibido que el hecho de ser mujer me condicionara de algún modo. Creo que, fundamentalmente, prima la actitud con la que uno se acerca a las personas y a los animales, independientemente del género. Al principio de la entrevista dije que nunca me imaginaba en campo, porque creía que en las explotaciones ganaderas el trato a los animales no importaba. Incluso parecía que, al ser veterinario de campo, uno tenía que ser más bruto. Estaba muy equivocada. Por mucho que sean animales de abasto, destinados a producir leche o carne, o ambas cosas, la sensibilidad con la que se tratan sí se valora y se agradece.

“Nunca me imaginaba en campo, porque creía que en las explotaciones ganaderas el trato a los animales no importaba. Estaba muy equivocada”

“El mayor o menor cuidado al ayudar en un parto, cómo se acerca una para tratar de asustarlas lo menos posible, de qué forma se agarran o se manipulan… son detalles que no les pasan desapercibidos a la mayoría de ganaderos y ganaderas.

“Además, yo tenía poca o ninguna experiencia profesional, por mucho que hubiera hecho prácticas en ganadería. Recibí muchísimo apoyo, tanto de los compañeros veterinarios (que, lejos de crear competitividad, me ofrecieron toda la ayuda que necesitara y más), como de los ganaderos (que me enseñaron la otra mitad de lo que sé). Recuerdo uno que durante el ordeño me examinaba de las capas: “Y ésta, Inés, ¿cómo le decimos a este color?” Mmmm, ¿melá? “Noooo, melá es más como ésta (y señalaba a otra), esta es más bien endrina. ¿Y ésta…?”

“Comprobé, con sorpresa, que hay un mundo inmenso y valiosísimo de información, que está a punto de caer en el olvido si no lo rescatamos”

“Poco después de volver a Fuerteventura comencé, de la mano de Eugenio Reyes, un trabajo de etnoveterinaria, como parte del proyecto “Los sabios de la tierra” que ya se estaba desarrollando en otras islas y en otros ámbitos. Se trataba, en una primera fase, de recopilar información sobre los métodos que tenían antiguamente los ganaderos de Fuerteventura para curar las enfermedades de sus animales. Al principio, conociendo la escasez que sufrió esta isla y la dureza de las condiciones de vida, tenía cierto temor de que me dijeran que, simplemente, los animales morían y ya está, y que no hubiera mucha más información que recuperar. Otra vez estaba equivocada. Comprobé, con sorpresa, que hay un mundo inmenso y valiosísimo de información, que está a punto de caer en el olvido si no lo rescatamos de los recuerdos de las pocas personas que quedan de una generación que conoció esa Fuerteventura, sin médicos ni veterinarios. El volumen de trabajo hizo que dejara este proyecto a medias, pero nunca he dejado de pensar en retomarlo.

–Te pudimos ver y retratar en un apañada de cabras de costa en el llano del Sombrero, integrada en una actividad ancestral de los pastores majoreros. ¿Cómo lo vives?

“Me llamó la atención que, lejos de ser una actividad cerrada a los ganaderos, en la apañada se agradece la participación”

–Otra de las cosas que descubrí al empezar a trabajar en el campo fueron las apañadas. Como muchísima gente, desconocía por completo su existencia, cosa que demuestra hasta qué punto estamos desconectados de nuestra historia y nuestra cultura. Las apañadas son historia viva. La primera vez que participé en una me quedé muy impresionada. Por un lado, como tú mismo has dicho, es una actividad ancestral, que han mantenido viva durante generaciones, hasta hoy, los ganaderos de costa. Las apañadas sacan a relucir el profundo conocimiento que tienen estos ganaderos del territorio; de la ubicación y los movimientos del ganado en él; de la organización y comunicación entre ellos; la resistencia física y la destreza con la que corren tras el ganado en un terreno a menudo difícil, muchas veces guiándose sólo por las indicaciones de otros ganaderos que les gritan desde el otro lado de la loma… Y también el saber esperar durante horas en un punto concreto.

“A la hora de marcar, de conocer el comportamiento y las señales de los animales, para reconocer a madres e hijas en un corral donde los animales están todos mezclados, conocer las marcas de cada ganadero… Es impresionante en su conjunto. Los paisajes, el sonido de gritos y silbidos y de los regatones de los garrotes y las latas en la piedra del barranco, ver los perros trabajando…

“Otra de las cosas que me llamó la atención, es que, por norma general, participar en una apañada implica formar parte del equipo. Lejos de ser una actividad cerrada a los ganaderos, se agradece la participación y el interés de personas externas, integrando a todo el mundo. Además, las apañadas constituyen, a menudo, un punto de encuentro importante en el que se abordan cuestiones relacionadas con el sector.

“No se puede defender una actividad como las apañadas sin proteger el entorno en el que se desenvuelve: la fauna, la flora, la arqueología”

–¿Tiene futuro este tipo de ganado, conocido como “ganado de costa”?

–En cuanto a su futuro, creo que depende de varios factores. Por un lado, de la gestión que se haga para protegerlas, teniendo en cuenta que se trata de un patrimonio cultural e histórico que sigue vivo gracias a los pastores que han dado continuidad a estas actividades. Creo que la responsabilidad de esta gestión reside tanto en las administraciones públicas como en los ganaderos, para buscar soluciones y estrategias adecuadas a un interés común: dar continuidad en el tiempo a esta actividad ancestral, lo que requiere la integración y adaptación de muchos contextos que a veces se ven enfrentados: ganadería, gestión del territorio, cultura y patrimonio, medio ambiente… Cada uno con sus normativas que, en muchas ocasiones, incluso se contradicen. A mi parecer es importante dar la importancia que se merece a cada contexto. No se puede pretender defender una actividad cultural/histórica sin querer proteger el entorno en el que se desenvuelve: el territorio, la flora, la fauna, la arqueología, etc. La normativa en materia de ganadería tampoco facilita las cosas, pero es necesario buscar soluciones efectivas para que pueda haber un control que se adapte a las condiciones particulares del ganado de costa.

“Por otro lado, está el problema del relevo generacional, es importante dar a conocer, revalorizar y dinamizar actividades que son resultado de la evolución histórica de la isla”

“Por otro lado, está el problema del relevo generacional, pues cada vez son menos los jóvenes que se interesan por este tipo de actividades. Por ello creo que es importante dar a conocer, revalorizar y dinamizar todas aquellas actividades que rescatan del olvido los conocimientos y técnicas que son el resultado de la evolución histórica de esta isla. En el caso concreto de las apañadas, creo que se deberían apreciar los factores que la convierten en un tipo de ganadería singular, analizando detenidamente todos los aspectos positivos que lleva implícita este tipo de actividad ganadera, no sólo en términos culturales: la calidad de la carne en extensivo, el territorio en el que se desenvuelve, etc, para desarrollar estrategias que la fomenten como una actividad económica que ofrece un producto de calidad, al mismo tiempo protege el entorno, la cultura, etc.

–En la foto que ilustra esta entrevista te vemos entre dos pastores, Jesús Cabrera y Vicente Hernández. Cuéntanos algo de ellos.

–Jesús Cabrera fue uno de los ganaderos con los que trabajé cuando empecé en campo. Le cogí mucho cariño, tanto a él como a su mujer. Vicente Hernández es la persona que conozco que más ha luchado y sigue luchando por la conservación de las apañadas en Fuerteventura, él y su gran familia. Siento mucho respeto y admiración por ellos. Me encanta la foto. Creo que representa mucho mi sentir con la gente del campo de Fuerteventura. Les debo mucho, me han enseñado muchas cosas.

“Tengo tantísimos recuerdos dulces que podría llenarte muchas páginas”

–Terminamos: un recuerdo dulce.

–¡Los rosquetes de Antigua Mesa! Son los mejores del mundo. Y los pestiños de Isabel y su familia. Y el pan y los roscos de Antonia… Pero la dulzura de verdad está en los ratitos: en la mirada pícara de Agustín cuando iba a enseñarme cómo estaban tapando las hormigas sus hormigueros porque iba a llover, o en su voz leyendo su copla al bardino; en los brazos abiertos de Antigua, cuando llego a su casa, y en su cara cuando me enseña sus cabritas con orgullo; en los pasos de Basilio acercándose a mi coche para decirme que me había traído la manzanilla y el té canario que me había prometido el otro día; en la sonrisa de Isabel y el olor a lechita hirviendo antes de desayunar, en su casa, a mitad del ordeño; o el olor a pan recién hecho con mantequilla en lo de Maximino; en las historias y las ganas de dar de Matías y Antonia… Tengo tantísimos recuerdos dulces que podría llenarte muchas páginas y nombrar a casi todos los ganaderos y ganaderas que conozco. ¡Si supieran la de veces que me iba emocionada a casa, sin encontrar palabras para agradecer cuánto me estaban dando! Así que aprovecho la coyuntura ahora para darles las gracias por llenarme la vida de tantos momentos dulces, ¡que no se contestarle a Yuri en su última pregunta!

Fuente: Pellagofio